Mel Gibson, director de La Pasión, vuelve al ataque con su nueva obra cinematográfica «Hasta el último hombre». La película se basa en la historia real de Desmond Dass que ejerció de medico en la batalla de Okinawa durante la segunda guerra mundial. Desmond es un personaje cuyas creencias, en principio, no le permiten entrar en batalla, ya que no le es lícito causar bajas. El catolicismo se interpone, así, como una barrera entre él y sus demás compañeros, que se alistan para servir a su país.
Frente a esta contrariedad Desmond decide alistarse como sanitario para salvar vidas en el campo de batalla. Durante su reclutamiento tiene numerosos problemas por el hecho de no usar armas, lo que es necesario para entrar en batalla. A pesar de todas las penalidades que sufre, debido a sus firmes exigencias de no coger un fusil, por respeto a su religión y a los hombres, consigue el permiso para combatir. Desmond, al igual que sus demás compatriotas, necesita servir a su país. Durante la batalla en la isla japonesa salva a casi cien hombres, lo que se contempla como un auténtico milagro. Definitivamente se gana el respeto de todos sus compañeros y de una nación entera. Se lleva la medalla de honor.
En el campo de batalla Desmond era médico y su objetivo era muy simple: salvar cuantas más vidas, mejor. Llega a salvar hasta a alguno del bando contrario. Fue su fe en Dios la que le protegió frente a los ataques del enemigo, pues prescindió de cualquier arma, incluso en defensa propia. La guerra en el Pacífico, para conquistar pequeñas islas como esta, fue terrible. El japonés era un soldado que nunca se rendía, lo que convertía estas batallas en terriblemente sangrientas y con incontables bajas. Mel Gibson saca a la luz un personaje ejemplar. Desmond es un personaje tremendamente generoso, prescindiendo incluso de su propia seguridad para seguir salvando vidas. Vidas humanas, eso era lo que él quería cuidar. Se dedicó, por tanto, a cumplir sus objetivos hasta el último aliento, sin importarle su propia vida.
En la sociedad en la que vivimos, donde lo importante es el «yo», Mel Gibson nos da una lección sobre lo que de verdad es importante: los demás. Nos envía un mensaje que choca con el modelo de persona en Occidente. Combate el egoísmo, la tiranía y el dolor; con generosidad, una firme identidad y amor verdadero. En pocas palabras, la dirección de esta película es, sin duda alguna, un auténtico acto de valor.
Joaquín R.